Frente
a algunas emociones, de las que llamamos tóxicas, tal vez pueden aliviar
ciertas miradas de mayores, con lo suyo a las espaldas. También otras de los
niños - la inocencia sin gastar-, resueltos con insolencia a instalarse en el
presente, a exprimirle todo el zumo, sea alegre o saliendo de atolladeros como
buenamente puedan. Parece que en la adultez lo deseable es transitar cierto
equilibrio, llevando lo inevitable sin perder el necesario combustible de
proyectos, de cariños, de ilusiones…
La
otra tarde hicimos, desde Ademm, una incursión, en un esplai de Sant Adrià para
charlar con un grupo de niños sobre salud mental, de forma alegre y natural,
desde el cuidado a las opciones, sensibilidades de cualquiera, igual que
pudiendo hablar del sistema digestivo o de los huesos, por ejemplo. Íbamos bien
preparados, tanto en contenido como en ánimo. Pero la vida, por suerte, depara
sorpresas; lo variado, en este caso, en las edades de los niños, pudo perturbar
un poco, lo que conllevó saltarnos algún paso en el guión o improvisar sobre la
marcha.

Al
salir, nos planteamos posibles mejoras, pero también fuimos/vamos evocando, junto
a gestos y miradas calladitas, tal vez algo sorprendidas (no hay cultura, en
general, de hablar sobre gestión emocional) como, una vez roto el hielo, más de
uno se lanzaba a preguntar, a compartir algunas cosas, aunque fuese en privado,
de esas que nos perturban a cualquiera en un momento dado.
Los
monitores, jóvenes de aspecto ilusionante, se mostraron cómplices y cariñosos
con nosotros, con los niños. Por mi parte, y mientras maceraba sensaciones
estos días, sentía ganas de repetir experiencia; también, como un haz de luz,
visualicé a esas futuras personitas, aportando – ojalá- idiosincrasias
autónomas, solidarias, sin avergonzarse de sus quiebros- sin estos no se
empatiza ni se puede disfrutar tanto lo bueno-.
Gracias por este precioso relato...
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